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No hacía mucho que planeaba mudarse, de hecho todo había sucedido más que rápido, la situación en el hospital iba de mal en peor y ciertas sospechas de parte de alguno de los policías le hacía sentir incómodo, jamás le habían atrapado, es más, su modo de hacer las cosas era tan pulcro, tan perfecto que nadie podría sospechar totalmente que se trataba de el, de ese hombre tan sofisticado, tan amable y condescendiente, nadie podría confundir a Leraje Bathim con un asesino serial, mucho menos siendo un doctor tan prestigiado que tenía en su haber cientos de vidas salvadas, que daba en el quirófano lo mejor de si, que sabía perfectamente la anatomía humana y de paso la animal.

Claro que en cuestión de asesinatos todos son sospechosos, y esas sospechas de “rutina” era lo que tenía de cierto modo enfadado a Leraje, no dejaría que una sospecha, por mínima o necesaria que fuera, recayera en él. Y tomando como pretexto un diplomado en radiografía salió de Londres, con una agencia de bienes raíces compró una casa a las afueras de la ciudad, no le agradaban los vecinos, de hecho al convivencia fuera del trabajo o para tapar las apariencias, le desagradaba de tal modo que muchas veces tuvo que matar para que le dejaran tranquilo, literalmente. Y sumado a ello debía escoger un sitio en el cual su hobby no fuese interrumpido cada cinco minutos por visitas innecesarias.
No obstante entre todo lo que implicaba cambiarse de país, de ciudad y domicilio estaba el engorroso asunto de la mudanza, para Bathim el dinero era una cuestión mínima, único hijo de una prestigiosa familia inglesa tenía dinero de sobra, pero además todo lo que el mismo había juntado durante esos años de impecable carrera médica, le hacían tener en el banco una cuenta jugosa y a su total disposición.

- Por favor señorita, que lleven estos muebles lo antes posible – se encontraba haciendo otra de las peores cosas para él, ir de compras, no quería que nadie más que él, y de vez en cuando un par de personas para el servicio en casa y jardín, entraran a su casa a invadir su espacio, ni mucho menos que le dijesen que colores usar o que muebles comprar, él tenía un exquisito gusto inglés, que según sus propias palabras “no hay nadie más capacitado para decorar una casa o servir un delicioso té, que un inglés”.

Así que estaba dispuesto a demostrar sus palabras con hechos, y mientras le dedicaba una espléndida y totalmente creíble sonrisa fingida a la dependiente, por dentro imaginaba el cómo podría degollarla sin que la sangre brotara de manera escandalosa, ya había probado varias manera de hacerlo, pero no estaba de más intentarlo nuevamente con otras técnicas.

La gente por fuera del local le miraba curiosa, no solo por su altura, pues un hombre de casi dos metros no puede pasarse desapercibido, sino por aquella extravagante manera de vestir, iba con un traje en color uva, una camisa lila que combinaba con aquel atuendo, una corbata y además un enorme sombrero del mismo color del traje, sumado a ello que su ojo derecho estaba cubierto por su cabello blanco, plateado, que le daba un aspecto aún más elegante y bastante atrayente, y esa orbe dorada que quedaba al descubierto era lo que completaba el cuadro. Su mirada era intimidante pero al mismo enigmática, como si Leonardo Da Vinci, no conforme con la Gioconda, le hubiese dibujado a él con esa expresión tan controversial.

Podía escuchar murmullos detrás suyo, o mejor dicho alrededor, mira de reojo, las personas comenzaban a hablar entre si “que falta de respeto” pensó al tiempo que levantaba una ceja y terminaba de pagar todo lo que había comprado.

Con una ligera inclinación que parecía hasta cierto punto más oriental que inglesa, se despidió de la dependiente agradeciendo su hospitalidad, y caminando fuera de la tienda, cuando llega a unos pasos de la puerta mira de reojo a un chiquillo que, como los demás, le miraba de forma un tanto boba, su orbe dorada le mira apenas, pues vuelve hacia enfrente saliendo de la tienda, había alcanzado a oir un par de palabras salir de aquel muchacho pero en realidad le dio la mínima importancia.

Mira su reloj, dándose cuenta que eran ya casi las tres de la tarde, hora del té, o almenos a esa hora lo acostumbraba tomar en Inglaterra, sus padres siempre hacían que toda la familia y servidumbre parara sus labores para ese momento sagrado del té, sonríe de medio lado recordando como él, aun siendo el único hijo, y por ende el consentido de lacasa tanto por padres y abuelos, era regañado como si hubiese cometido un crimen si se le ocurría decir que no apetecía un poco de aquella cálida y exquisita bebida, después de algunos años más se hizo costumbre para él también, y sin que sus padres le obligaran se sentaba en la mesa al lado de su abuelo materno para tomar la consabida bebida ambar, humeante en invierno y refrescante aquellos días de verano.

Sus pasos le guían hasta una cafetería que se notaba si no totalmente lujosa por lo menos un tanto elegante y más aún sumamente tranquila, su vida ya era ajetreada en el hospital, y ahora quería gozar de ese tiempo libre que no tenía en la sala de operación y cuyo papeleo muchas veces tuvo que terminar en casa. Odiaba sobremanera los reportes que tenía que hacer de cada uno de los enfermos, si bien siempre siguió en el hospital al pie de la eltra el juramento médico, no era de cumplirlo fuera de su trabajo y en ocasiones le molestaba recordarlo.

Pidió un té blanco al camarero que le miró con aire curioso, pero desvió la mirada en cuanto vio los ojos de Leraje directo en los suyos, con ese toque tétrico.

Mientras le traen su pedido se quita el pesado sombrero, para él claro que no era una carga, y nuevamente las miradas se posan en el de manera descarada, no le da la menor importancia, quería tomar su té de forma tranquila y no se dejaría llevar por sus instintos asesinos en aquel lugar, mucho menos con tanta gente, aprendió, a base de muchos años de práctica, y verdaderamente sin tanto esfuerzo, a ocultar sus intenciones reales hacia los demás, así como a la dependiente de la tienda anterior, sonriéndole mientras pensaba en como podría quitarle esa sonrisa coqueta y resbalosa mientras le cercenaba la cabeza.
Su cabello bien recortado queda a la vista, no era pintado, no buscaba llamar la atención en lo más mínimo pero al parecer la propia naturaleza la había dotado de unos ojos bicolor de tonos llamativos, y un cabello albino sin él serlo en realidad; después de unos momentos le llevan su bebida por fin, se estaba desesperando un poco, no porque creyera que el té se debía servir de inmediato, sino porque él sabía que el buen té no era posible que lo sirvieran ahí, un buen té no podría ser rentable como para sustentar un lugar como ese, se necesitaba un tiempo de hervor necesario, se necesitaba lo esencial, paciencia, cosa que en un día con muchos consumidores simplemente no podía tenerse.

Agradece dejando escuchar su voz nuevamente, grave, elegante, tan inglesa… perfecta. De pronto escucha como entra alguien pero al igual que a los demás no le presta importancia, hasta después de unos momentos pues Bathim era una persona por demás sensible, o mejor dicho sensitiva, puesto que la sensibilidad enfocada a los sentimentalismos estaba fuera de su personalidad, siempre frío, fingía bien pero no era un hipócrita, era extraño describir, se podría decir tal vez, que era un hombre diplomático, sonreía amigable pero sin pasarse del límite, el justo medio como diría Aristóteles en aquello de lo justo e injusto, si así era Leraje, el punto medio entre la hipocresía y amabilidad no golpeaba ninguna de las dos lo que para la gente común era bastante difícil.

Mira hacia un lado, apenas sus ojos se deslizaron de aquella humeante taza de té para posarse un par de segundos en el chico que ordenaba, de no haber sentido la insistente mirada de aquel muchacho no hubiese volteado, se da cuenta que ha ordenado algunos pastelillos, no puede evitar una pequeña chispa de desagrado en sus ojos, Leraje era un acérrimo enemigo de los dulces, le desagradaba sobremanera la azúcar, a veces ponía un par de terrones en su té pero nada más allá de eso, y confirmó por milésima vez su teoría de que los chicos que consumían mucho azúcar eran bastante hiperactivos o tenían cierto grado de melosidad en la sangre que los hacía propensos a comportarse de manera infantil en cualquier lugar, suspira cuando se da cuenta de algo importante, pese a su propio lema de “Vive y deja vivir” no podía evitar siempre criticar, juzgar y calificar a los demás bajo sus propios parámetros “No es de tu incumbencia” farfulle para si terminando su taza de té, apenas y miró los pastelitos que le habían llevado en una muy elegante fuente de cristal cortado, una base redonda que tenía cinco pisos, de distancia pequeña entre cada uno de ellos entre los cuales se distinguían los mejores postres de la casa.

Se levanta con tranquilidad, evitaba llamar la atención aunque ciertamente era algo que no podía llevar a cabo con éxito, a menos que fuese a media noche mientras destazaba a alguien, pero a plena luz del día era imposible, deja una muy buena propina en la mesa y poniéndose el sombrero camina a la salida, tenía aún que comprar más cosas.

Camina observando las tiendas, entrando a lo que parecía ser una galería de arte moderno, no es que fuese fanático a los cuadros pintados con los senos, o la boca, prefería los clásicos, Dhalí, Miró, DaVinci… pero le agradaba conocer el arte de la “actualidad”.

Estaba mirando sin ver en realidad un cuadro cuyo autor tenía un muy marcado interés por imitar los inigualables cuadros de Picasso, o tal vez algo de Dalí, en realidad lo abstracto unido al cubismo dan como resultado aquello que tenía enfrente, trazos desiguales, queriendo representar tres o más figuras de modo tan patético que los famosos pintores seguro se estarían revolcando en su tumba con solo ser pensados al mirar aquel cuadro. De pronto escucha una voz, al parecer alguien se estaba atreviendo a hablarle, mira de reojo por el marco del cuadro, un marco tan gariboleado que de hecho se le miraba más interesante que el mismo oleo, pero de manera muy finamente labrado se notaba que lo habían hecho a mano, en resumidas cuentas valía más el marco que el cuadro. Los ojos de Leraje se afilan como los de una serpiente cuando voltea un poco hacia donde la voz provenía, no mira al chico más allá de los ojos, tal vez cuando volvío el rostro directo al joven pudo percatarse de aquellas orejas.

Un felpudo – dice sin más, no era muy amante de los gatos o perror, felpudos, como el solía llamarles, no es que no le agradasen, le gustaban, los gatos y perros tenían su encanto como cualquier otra criatura de cuatro patas que al darle protección y cariño podían ser bastante fieles, obviamente los gatos eran más elegantes, más independientes, de hecho toda su vida quiso saber que era tener un felino como mascota, ¿la razón? Nunca pudo por tener alergía hacia ellos, el solo tacto de aquel pelaje contra su piel ponía la zona totalmente rojiza, seguida de un endemoniado escozor que le daban ganas de arrancarse la piel de inmediato. Simplemente da un paso más alejándose de él pero sin ser descortés, su linaje, su crianza, no le permitían la más mínima falta de respeto si la persona en cuestión era alguien que se hubiese acercado de manera tal como lo hizo aquel chico. El mote de felpudo simplemente salió de sus labios como reflejo, y por tal motivo no se disculparía, pues visto desde lo lógico no había sido ni siquiera un mínimo insulto.

La crítica es lo que nos da razones para vivir, la crítica es lo que no nos deja ser conformistas, sino criticáramos ni siquiera podríamos llamarnos humanos – dice posando su mirada en otra obra, un lienzo costumbrista, una muy mala imitación seguramente una obra que quiso acerce pasar como original, como antigua, y había terminado en ese sitio ya sea porque se dieron cuenta del fraude, o porque el pobre incauto que cayó en él no tuvo más remedio que venderlo por un precio tan patético como su propia apreciación y conocimiento del arte.

Mi nombre es Leraje Bathim… - dice haciendo una pequeña inclinación quitándose el sombrero, o mejor dicho levantándolo levemente, dejando entre ver su cabeza pero volviendo a ponerlo en su lugar, un ademán bastante elegante pero de siglos pasados.

Debe perdonar el hecho que no me acerque un poco mas a usted, pero simplemente los gatos, aunque elegantes e interesantes, me dan urticaria – sonríe, pero no de una manera normal, no era una sonrisa cortés, no, Bathim no podía borrar de su gesto ese toque siniestro, esa sonrisa con tinte psicópata, aunque menor claro está, pues más que nada era una enegmática sonrisa, que a muchas personas seducía, por extraño que pareciera aquello.

Sin decir nada más comienza a caminar por la galería, no se despidió de aquel chico, lo cual para si mismo, era como una cierta invitación a que le siguiera, cuando el peliplata se sentía incómodo, o mejor dicho, se sentía invadido, simplemente se despedía de manera diplomática del ser que fuera la causa de su disgusto pero ahora simplemente reanudó su andar por aquel sitio, miró de reojo al menor, si aquel entendía ese gesto entonces le seguiría, de no ser así simplemente continuaría solo ese recorrido entre trastos que querían pasar por antigüedades y una que otra obra moderna interesante, o al menos que no rayaba en la vanidad como las otras.

Me temo joven Seimey, que aunque su oferta es bastante tentadora, aún hay algo que debo hacer aquí – dice con elegancia, mirando todo a su alrededor, si bien era bastante quisquilloso con todo lo que a compras se refería, y más aún cuando de adquirir arte se trataba, no podía evitar que cierto toque de intuición le hiciera desistir de la idea de marcharse de aquel lugar, era un hombre que se regia por su razón pero nunca dejaba de lado su sexto sentido, por llamarlo de alguna manera.

Vuelve a su búsqueda, y unos cuantos pasos después, entre alguno que otro trevejo se detiene de pronto, corre un cuadro polvoriento y con ciertas telarañas, y ahí, detrás de ese desperdicio de pintura un maltratado tomo de grueso empastado y letras doradas “De profundis” se leía en el lomo. Lo toma con cierta reserva pues debe verificar ciertas cosas, si bien ya se notaba bastante antiguo los falsificadores nunca pierden el tiempo y hacen que cosas nuevas parezcan del siglo pasado, lo abre, mira el año de impresión 1935, sus ojos se abren apenas, unos cuantos milímetros, pero para alguien observador eso sería un gesto de impresión, no obstante vuelve a su semblante normal y comienza a tocar las hojas, con cuidado, empolvando sus dedos sin que eso le importase demasiado pues en realidad si lo que pensaba era cierto aquella búsqueda sin objetivo terminaría perfectamente bien.
Después de un rato de minucioso estudio sonríe, enseñando un poco sus colmillos, se notaban un tanto afilados, sus dientes pulcros, su sonrisa en un sentido médico, perfecta con un toque de triunfo, suspira guardando la compostura, su rostro se vuelve inexpresivo, y toma de pronto una pintura corriente, con tinte puntillizta que representaba un par de niñas jugando en un parque, algo por demás burdo e insignificante.

Mira de reojo al menor y asiente de pronto, como si fuese una señal que indicaba que su búsqueda estaba terminada, camina con paso tranquilo, sin parecer excitado, sin parecer siquiera emocionado un ápice, se detiene mirando un candelabro con recubrimiento dorado, otro más de aquellos fraudes.

Me llevaré esto también – dice al encargado de la tienda el cual sonríe con entera satisfacción, toma el candelabro vendiéndolo a una exorbitante cantidad, claro está que ninguno de aquellos artículos falsos podía valer más como el libro que con un dejo de poca importancia incluyó Leraje en la tercia de artículos para llevar.

Eso es un regalo de la casa señor, se ve que usted conoce mucho de arte valioso – el hombre regordete y calvo que atendía aquel negocio de “arte” sonrió al peliplata de tal forma que si no hubiese sido tan temprano y si la plaza estuviese vacía Bathim le hubiese cercenado el cuello por ser tan burlón, pero él sabía a la perfección como ocultar todo bajo una capa de amabilidad, además, aquel idiota había regalado lo único preciado que podría alguien encontrar en aquella tienda patética.
Saca un pañuelo de su saco para limpiar el libro con sumo cuidado, guardándolo después en una bolsa ofrecida por el vendedor.

Merci – dice con total amabilidad, incluso una sonrisa escapa de sus labios, no fingida en lo absoluto pues estaba realmente feliz de lo que traia consigo. Antes de salir preguntó al dependiente si podía pasar al servicio, este accedió gustoso por la cantidad que el inglés dejó en su compra.

Bathim fue directo a lavarse las manos, como médico siempre debía estar pulcro y como buen inglés no le agradaba la suciedad más allá de lo que no puede evitarse, como una mota de polvo en el sombrero en plena calle o tal vez un poco de lodo en la suela de los zapatos los días de lluvía, fuera de ello todo lo demás sería ser desaliñado y sucio. Sale y se reúne con el “felpudo” para por fin salir de ahí, a unos cuantos pasos más un ruido sonoro hizo que varias personas voltearan hacia donde aquellos dos estaban, el cuadro y el candelabro hicieron tan ruido al chocar contra el fondo del bote de basura más cercano, ni loco Leraje dejaría entrar esas cosas a su casa, ni siquiera a su sótano.

La gente común, es tan codiciosa como estúpida, pueden valorar más un par de trastos pintados de oro que una verdadera obra de arte – musita en un tono que Seimey podría escucharle a la perfección.

Lo ve joven Seimey, con un poco de paciencia, dejando que nuestros sentidos tomen el control de vez en cuando la vida puede traernos ciertas satisfacciones – mira el libro con atención tocándolo con un cuidado como si al hacerlo corriera el riesgo de desbaratarlo entre sus dedos.

Se da cuenta de la mirada del menor pero no dice nada, ni muestra algún gesto de reproche o algo parecido, simplemente sigue con su tarea. De pronto escucha esas palabras, la voz del felpudo no le desagradaba en lo más mínimo, no era de ese tipo de voces melosas o agudas, era más bien elegante y bastante agradable al oído.

No soy un ser frágil – dice mientras cierra el libro con sumo cuidado, Leraje era una persona más que cuidadosa con sus cosas, en especial cuyo valor era exorbitante y no solo hablando en un sentido monetario, existían en este mundo tantas cosas que podían valer menos de una libra en metálico pero demasiado en cuanto al esmero, la calidad y, por qué no, el sentimiento con que fueron creadas.

Mi enfermedad… o mejor dicho, mi alergía no me hace alguien frágil, puedo soportar el escozor, si bien es algo bastante incómodo, no es mortal joven Seimey, incluso como médico he tenido que ver muchas cosas horribles tanto fuera como dentro del hospital, ni mi razón o pensamientos son frágiles, mucha gente me ha tachado con el mote de insensible – ladea levemente la cabeza guardando el libro, ya limpio gracias a su pañuelo, dentro de uno de los bolsillos internos de su saco de corte antiguo pero elegante. Pese a sus palabras no había tomado el comentario del chico como una ofensa, incluso el tono de su voz al responder era afable, claro que no le gustaba que usasen ciertos términos para su persona, era un sujeto sincero si algo no le agradaba lo diría, si algo le incomodaba también lo expresaba a todas luces.

Los seres humanos en general son una obra perfecta – comienza a caminar, respondería aquella pregunta echa por el menor después.

El como los nervios están interconectados, cada órgano tiene una función específica, biológicamente somos perfectos, todos y cada uno de nosotros, claro que en dicha perfección debe existir la imperfección, todo viene de una dualidad, gracias a que existen algunos hombres imperfectos en un sentido biológico podemos conocer el como no debe funcionar nuestro interior, aunque esto podría aplicar más a lo existencial, según palabras de Jean Paul Sartre “El hombre se conoce gracias al otro” – hace una pausa quitándose el sombrero, el calor del lugar estaba empezando a agobiarle un poco, sus cabellos plateados quedan a la vista de los demás, la gente no dejaba de mirarle, pero más ahora que estaba en compañía de aquel chico con características gatunas.

Ahora bien, regresando a lo que nos ocupa, mi agenda siempre está llena joven Seimey, soy una persona un tanto ocupada – arregla un poco el sombrero que había quedado un tanto desaliñado al agacharse en la tienda, de paso lo sacude pues se da cuenta que la suciedad de aquel lugar había querido acompañarle tomando como transporte su sombrero.

No obstante, también tengo el poder de cancelar cuantos compromisos quiera, a la hora que yo disponga y sin necesidad de pedir disculpas más allá de las que la costumbre inglesa me lo permite, ni soy de dar explicaciones a quien no se las merezca – sonríe apenas, una suave curvatura se dibuja en sus labios, para Bathim aquello era un gesto que podría considerarse animado, expresivo, pero que para las personas comunes apenas y sería una mueca de conformismo.

Por lo que – mira al chico directamente a los ojos, tan fijamente que podría helar la sangre a cualquiera, la mirada de Leraje era para nada común, pues no era amable, no era si quiera neutral, era de ese tipo de miradas escrutadoras, que parecíera querían remover, reconocer y penetrar en el alma de manera completa para conocer miedos y aversiones, pero eso era precisamente lo que el peliplaba buscaba en los demás, sabiendo los temores de las personas se puede controlar sus mentes, y con ello uno decide si el otro vive o muere.

Lo que resta de este día estoy a su entera disposición – dicho esto saca de entre sus bolsillos un teléfono celular, algo que no concordaba con esa primera impresión, pues el hombre parecía haber salido de alguno de esos cuadros de épocas pasadas, de la antigua Inglaterra, o de algún cuento de hadas de la época de los hermanos Grimm.

Disculpándose con su acompañante se retiró un par de pasos para hacer una llamada, no necesitaba más, la persona que había contratado para llevar su agenda principal era la encargada de cancelar o abrir sus citas, no se comunicaba más que por teléfono, lo único que fue en persona fue la contratación, fuera de ello simplemente fungía como una extensión más de Leraje, sin voz ni voto, haciendo lo que se le pedía y punto.

Listo – una sola palabra sale de aquellos delgados labios, con sonrisa viperina deja que Seimey le guie a donde guste, lo cual era muy extraño en Bathim, no obstante sabía bien que si aquella cita no le traía algo de provecho con aquel bisturí que traía entre sus ropas podría acabar con una aburrida tarde de un solo corte.

Siempre tranquilo y guardando distancia, asiente aceptando la invitación, los viveros eran lugares agradables, y no era alérgico a ninguna planta o hierba, se deja guiar, a distancia prudente sin acelerar o disminuir el paso a menos que el otro lo hiciera no se dejaría enfermar por algo tan absurdo como el pelo de un gato, no tenía ni la más mínima intención de pasar una tarde con urticaria solo por una tontería.
Cuando llegan observa todo con detallada curiosidad, los aromas entremezclados para alguien tan conocedor y perspicaz como Bathim, no se convertían solo en un agradable o desagradable aroma conjunto, inspeccionaba con todos sus sentidos, camina lentamente, llegando hasta una pequeña planta carnívora, aquella flor de aspecto atrayente se muestra ante él de forma espléndida, sus fauces abiertas esperan la llegada de una presa; escucha como Seimey habla con el dependiente pero les ignora, más aún cuando una pobre mosca ha caído en la trampa y en un abrir y cerrar de ojos ha quedado a merced de la asesina.

- Touche – alcanza a susurrar solo para ellos dos, guardaría el secreto de la pequeña como guardaba los suyos propios, al fin y al cabo, mosca u hombre, la vida era vida para todos por igual, y ambos habían terminado ya con varias.
Mira por el rabillo del ojo al menor y vuelve sus pasos, levanta de manera elegante su sombrero, inclinándose apenas, como despedida a aquel hombre, siguiendo a su acompañante segundos después. Puede sentir sobre si las morbosas miradas de los ahí presentes, y nota que recaen más que él, en el aspecto de su compañero, curva su boca en una semisonrisa, debía aceptar que desde los siglos pasados el gato ha sido una figura bastante atrayente en todos sentidos, la sensualidad innata de sus movimientos, la ternura de su aspecto, y además, una enigmática manera de desenvolverse en todos los terrenos, desconfiados, ariscos, pero al mismo tiempo atrayentes y místicos. Y su acompañante reúne todas esas características, y más, lo que le da un toque aún más atractivo entre tanta gente ordinaria.

- Merci – Leraje sube al auto, hubiese preferido manejar él, pero por ahora se conformaría con simplemente seguir al otro, no por sumisión sino por decisión. Se abrocha el cinturpn de seguridad.

Leraje intentaba a toda costa no ir contra las reglas, al menos en situaciones que pudiesen llevarlo a un encuentro innecesario con la ley, si alguna vez le apresaban que fuese porque alguien descubrió su secreto, porque se encontró con una persona que pudiera develar todas sus atrocidades de manera zagas y lógica, y no sólo porque se hubiese pasado un semáforo en rojo. Escucha las palabras del menor, cubriendo sus manos con unos guantes blancos, así se protegería en dado caso que por azares del destino rozara si quiera la cola gatuna de Seimey.

- He llegado hace poco… casi un mes si mi memoria no falla, no acostumbro pulular por la ciudad e intento rodearme de personas que sepan siquiera algunos nombres de filósofos griegos… tal vez lo considere usted cultura general, pero hoy en día pocos son los que consideran el pasado, cultura más allá de historia. Y aun así, aunque pongo en tela de juicio sus recomendaciones, intento fiarme de vez en cuando por las mismas y llego a lugares donde se puede tener una buena charla en ambientes tranquilos – el sombrero queda sobre sus piernas, ahí, tan estático como si el coche estuviese parado, pues el joven felino manejaba de manera bastante agradable.

- Sin embargo, no me gusta mucho llegar a un estado Nietzscheano de super hombre, por ello es que debes en cuando, me dejo ver entre las “moscas del mercado” para experimentar la vida mundana y, como pudo observar muy bien hoy, encontrar de vez en cuando esos tesoros que los vulgares desprecian

Escucha atento las palabras del menor, realmente Bathim era un hombre que no gustaba de recibir tratos especiales en cuanto a sus problemas, en este caso la alergía, si, era obvio que sería molesto pero también el que le creyesen alguien débil no le agradaba sobremanera, le incomodaba sentirse como una muñeca de porcelana que se cree que se romperá a la primera caída. No obstante no dice nada, recibiría lo que le diesen y en su debido momento si la incomodidad se tornaba en fastidio daría las gracias y saldría de la residencia del felpudo. No podría matarlo pues había escuchado que tenía sirvientes, así que no sería nada conveniente degollarlo o juguetear un rato sadicamente con él. Ya habría ocasión para eso, y no es que Leraje la estuviese esperando, él mismo se creaba sus ocasiones, y era por ello, porque no tenía motivos, porque no creaba lazos, y porque nunca había seguido el ritmo de vida de Kant, que no tenía costumbres que le ligasen a alguno de todos los asesinatos que había cometido a lo largo de su vida.

Al llegar a la mansión del joven, nota el parecido con la propia, sin embargo puede percibir en el ambiente el clásico aroma que incluso el felpudo más limpio, despide, ese aroma peculiar de los gatos se entremezcla con el aroma humano creando una suave e inigualable fragancia, que no para muchos podría ser tan perceptible como para aquel escrutador hombre inglés. Los pasos de ambos resuenan, no hay nadie más en la estancia y la casa parece absolutamente vacía, el eco de las suelas al chocar contra el piso es lo único que se percibe ahí. La ceremonia del té le parece una idea agradable, no sería la primera en que estaba presente pero si lo era con un anfitrión mitad gato, mitad humano. Asiente y acepta con voz tranquila, era una persona reservada, e instintivamente acallaba su voz cuando el ambiente era propicio para ser escuchado por las paredes. No es que desconfiase de todo el mundo, pero ni siquiera confiaba en su propia sombra, aquellas incansables seguidoras de nuestros pasos, las únicas que conocen todos nuestros secretos, de pisadas ágiles y silenciosas, no había en el mundo alguien más sospechoso que ellas; la mayor parte del tiempo a nuestras espaldas como si esperaran el momento oportuno para traicionarnos y desaparecernos del mundo.
La habitación de estilo oriental se presenta ante Bathim, sus ojos indagan en cada rincón, no había nada fuera de contexto, el ambiente gritaba “japón” a cada centímetro, las esteras, la decoración. Niega ante aquello de cambiarse de vestimenta.

-Gracias joven Seimey, pero creo que el atuendo que más me sienta es el inglés, creo que los trajes orientas sientan bien a las personas que puedan lucirlos, en mi caso, una yukata por muy elegante que parezca se vería ridiculizada por mi fisonomía – dice con gesto tranquilo mientras su cabello plateado queda al descubierto. El sombrero había sido quitado y puesto a un lado suyo, pues se había arrodillado ya en las esteras, en una posición sumamente apropiada en la tradición japonesa para la ceremonia del te.
Sin decir nada más, espera a que el chico se cambie, su mirada siempre al frente, miraba apenas por el rabillo del ojo a su alrededor, sus orbes bicolor estaban expectantes, cualquiera diría que se sentía como pez en el agua en ese sitio, e incluso que estaba demasiado confiado. Pero si alguien más que ellos dos fuese percibido por Bathim, seguramente lo hubiese notado apenas y pusiera un pie en la habitación. Voltea cuando escucha una de las puertas corredizas, mirando detalladamente a su anfitrión.

-Si me permite decirlo, su atuendo es exquisito, y estaba yo en lo correcto cuando dije que ese tipo de prendas solo podrían lucir bien en las personas indicadas – una reverencia oriental hacia el felpudo.